DOLBY ETÉRICO

DOLBY ETÉRICO

                                                                                          «Somos un horror de salas interiores en cavernas sin fin.»

                                                                                                                                      De «Hijos de la Ira» de Dámaso Alonso

1.

Escribir sobre los días pasados; quiero escribir sobre los días ya clausurados; y no, no voy a seguir por la línea lírica: no es el momento.

¿Qué es un día cerrado? Algo muerto y con gotas de resurrección, un recuerdo único de la mente, un suspiro de la memoria a través de la fuerza de la inteligencia, son los ejercicios aeróbicos o anaeróbicos del cerebro. Respira, expira. Rápido, lento. ¿Existo? Sí, y recuerdo. Porque soy por partida doble: en el ahora y en el fui. ¿Y el futuro? El futuro es ensoñación; ahí, ni soy ni he sido, pero tampoco seré. El seré, no es ser, es humo; más humo de lo que ya es el pasado. En el pasado fuiste, estuviste: una vez, un tiempo, un lugar, un instante: todos aquellos instantes que logras recuperar e instalar en tu presente al hacerlos reales cada vez que te acomodas en ellos bajo la mirada unívoca y cierta de tu peculiar verdad. ¿Qué puede ser más obvio y manifiesto que aquello que pasa por el infinito reciente de tus pensamientos? ¿Es eso la verdad? Por supuesto: es lo que es, es lo que pasa , es lo que se instala en tu instante presente y se refleja en tu recuerdo.

Deseo escribir sobre los días pasados, sobre los días clausurados. Deseo no olvidar. Tengo la escritura para cerciorarme de que mi estado es puro presente, tengo la escritura para apuntalar y recrear la circunstancia que impone mi cabeza, mi vista y mi entendimiento. ¿Para qué escribo? Para ser y para estar, para madurar, para escalar por la pared de los días, por esas fechas pasadas y por este momento actual que me arrastran a comprender y a disfrutar esta situación (bastante nueva para mí), este trance por el que paso a la hora de escribir. Y me gusta, sí. Corren por mi sangre y mi piel las ganas de transcribir y entender lo que es cada segundo inicial y final (porque cada segundo es vida y muerte a la vez) en el que elaboro la existencia que pasa ante mis ojos; una vida cualquiera más, de entre las siete mil cuatrocientas cincuenta millones de vidas según los últimas estadísticas, medias y redondas, de Census.gov (2018). Ese es el sino y el destino de lo escrito. La vida es muerte. Lo escrito perdura: al menos más que una vida.

Tengo que caminar, he de moverme y actuar, pero también he de parar porque quiero retomar aquel momento ya pasado y escribirlo. Es lo que deseo ¿no? Primero tengo que volver a pensar para qué me puse aquí, delante de este ordenador, una vez más. Quería escribir sobre los días pasados, sobre los días clausurados de la razón o la no razón, de algunos detalles de la semana pasada. Pero en realidad, ahora, no quiero trasladarme allí, al otro lado de mi conciencia temporal pasada, y narrar y recordar una extraña situación vivida; aunque tampoco quiero no hacerlo, tampoco quiero frenarme aquí. No. ¿Qué quiero? Quiero escribir, deseo rellenar ests páginas del Quadern Negre. Podría continuar escribiendo este laberinto de incongruencias y coherencias, podría dejar la mente sola, podría tratar de descifrar las correcciones e incorrecciones de la existencia que se me imponen desde arriba, desde la azotea de mi cuerpo a través de los ojos, pero sobre todo, a través de la almendra volátil, no medible ni pesable, que es la conciencia.

Y sigo sin introducir las circunstancias que quería revelar: aquellos días pasados del mes de junio que de algún modo me sobrecogieron, aquellos días ya clausurados que tanto abogan, o abogaban, por salir a flote en este escrito del día de hoy y que tanto necesito, o necesitaba, descubrir.

Estos días azules. Este sol de la infancia… ¿dentro del bolsillo de un gabán? ¿Aquello fue o es? Aquello fue para el autor, aquello es para el autor; y aquello sigue siendo a día de hoy un instante lírico y estático, un cincelado de palabras pasadas y presentes, únicas y palpitantes. Terminales.

¿Elegir entre presente o pasado para escribir? Sí, lo haré, ¡seguro! Un día de estos me pongo con aquellos días del mes de junio ya pasados, ya clausurados (¡quizás ahora mismo!): porque así me lo exigen y así me lo exijo.

2.

¿Cómo hago para escribir? ¿De dónde saco el material que me lleva a colocarme ante el portátil para rellenar este archivo de texto odt con palabras? No escribo novelas, no escribo ensayos ni dramas ni cuentos, no escribo poesía ni apuntes, ni nada en lo que haya pensado a conciencia previamente. Tan solo me dejo transcurrir y manifiesto:

Hoy me he despertado temprano por la mañana como muchos otros días de verano, ¡Me gustan las mañanas de junio y julio! A las seis y media amanece, a las ocho ya puedo estar escribiendo en casa, sin más compañía que el salón y sus libros, y su mesa, y su cocina y sus sillas, y su televisor, y su…, además de la luz de un tibio sol escondido entre nubes de nieve del levante, además de las paredes amarillas y las cuatro macetas de plantas de hojas verdes a un metro escaso de mi cara, además del regusto agrio a café (y tostada de mantequilla con mermelada de naranja amarga) que saliva por mi boca para suavizar la sequedad de la lengua, además de la estrecha vista del horizonte del Aljarafe entre feos edificios de dos y tres plantas a través de la gran ventana enrejada, además de los vuelos de júbilo permanente y cansino de pajaritos y pajarracos, más algún coche que, muy de vez en cuando, baja o sube por el puente hacia la autovía de salida de Sevilla (porque hoy es sábado, claro). En casa, duermen mientras tanto. No saben que estoy haciendo una ligera y simple descripción del día de hoy (un día cualquiera, un día más), que estoy (como muchos otros días) escribiendo cosas (¿qué cosas?) en el ordenador con la fuente de letra Georgia (más de cinco años conviviendo con ella: me gusta), tamaño 12 y la página ampliada al 150%; que todo esto lo hago con la intención de fijar la conciencia de este momento y traspasarla a la conciencia de cualquier persona que lea esta acumulación de palabras efímeras porque el que se introduzca en este dibujo plano de lo que para mí fue la mañana del treinta de junio de dos mil dieciocho, a las ocho y veintiseis minutos, en esta ciudad de Sevilla, aquí, justo en los confines del barrio de Triana, casi a medio camino entre los dos cauces del río Guadalquivir (el estanco que cruza el centro de la ciudad y el que fluye hacia el mar que es el morir) y emborrachado por los píos de las aves histéricas (cuando los escucho, claro; otras veces no percibo más que el rumbo de mis pensamientos), podrá decir que hubo una vez que vivió durante un ligero instante la sensación de una simple mañana veraniega, fresca y extrañamente nublada de una ciudad del sur de Europa en la que percibió la aburrida paz exterior e interior de un día recién levantado y la circunstancia trivial del estado de ánimo del que lo escribía y al que le asaltaba la idea de que hay un tiempo y un lugar donde te ves reflejado y apuntalado en el simple y cotidiano existir (este de ahora), de que hay miles de tiempos y miles de lugares donde todo es una sencilla transformación y paso de los segundos (a veces lentos, a veces ágiles) que son los que conforman la existencia ordinaria de la inmensa mayoría de las personas y seres vivos que transitamos por este mundo a la hora de asomarnos a un nuevo día… Claro que, también existen otros tiempos y otros lugares donde todo es urgencia, violencia e inconsciencia, y muerte, y desaparición, y… ¿La única verdad es la que está conmigo ahora? La única verdad es que trato de narrar en este instante, y lo único que tengo para hacerlo efectivo es mi deseo de expulsar lo que se presenta en mi cabeza; de ahí mi tendencia en los últimos días, a preguntarme con frecuencia qué es lo que me lleva a rellenar este archivo odt que va conformando las páginas del Quadern Negre. ¿Por qué escribo? ¿Para qué o para quién escribo? ¿Cómo surge la escritura?

Mientras tanto, no avanzo en la revelación de algunas historias ocurridas que esperan en mi cabeza para salir a flote. ¿Historias mágicas o fantásticas? Historias simples y ordinarias, quizás, vacías, quizás, únicas, como esto que acabo de escribir. Tampoco pasa nada si no las cuento, pues nada importa y todo ocurre y transcurre sin más. ¿Es acaso más importante la desaparición de una persona cercana que la del mosquito nocturno que pude aplastar anoche de un manotazo tras soportar su picaduras? Por supuesto que sí. En la escala humana es un duro tachón. En la escala mosquito es otro duro tachón. En la escala celular son dos simples y redundantes billones de tachones que van por ahí sin prestar atención. En la escala universal no es nada, en los agujeros negros, menos. Es, ha sido y fue. Y habrá más. Y ese más: ¿qué más da?, ¿qué más dará?, ¿qué más dio?

¿Interesarán estas palabras?…

JB. Mayo 2018

SIN MÁS

A Luis, Zuriñe y Luken

Plano general corto de la cocina de un piso. Enero de 2018. Luz de primera hora de la mañana. El plano es fijo. Un niño de apenas 2 o 3 años pregunta a su madre qué cosas de comer van en la bolsa-mochila y se enfada. ¿Día de ir al colegio o a la guardería? La madre se mueve lenta de izquierda a derecha, habla con el niño, le habla en euskera. El niño protesta por el contenido de la bolsa. La madre parece cansada de las quejas del niño, de dar tantas, o las mismas, explicaciones matutinas. La fotografía es natural y equilibrada, el momento relajado, no destaca por nada; o más bien, destaca, sin destacar, por ser la rutina de un día cualquiera. Es el instante, es pura y sencilla vida, segundos vividos y retrato cotidiano. Sin más, como diría mi amigo Luis.

Pasamos a primer plano fijo del niño. El foco, que a veces viene y va, está justo en el rostro, en los ojos y en la boca; de nuevo una luz agradable. El padre, en off, pregunta al niño, le saluda, le anima a guiñar un ojo: guiña los dos a la vez. El niño come de una cuchara, la madre en off sigue dirigiéndose a él en euskera, le anima a comer. El niño sonríe y protesta, se deja querer, se sabe protagonista de la situación. Está tranquilo y confiado. Su corazón rebosa paz y placer, y no lo sabe; solo conoce eso, o al menos, lo reconoce como lo mejor, lo que marca su día a día, su camino. Ni siquiera los padres captan esa felicidad cotidiana aunque la intuyan (en este caso, el padre sí es consciente y por eso, se encarga de grabar). Una suave y melancólica canción pop acompaña el relato del instante. Dos minutos y cincuenta segundos de la vida de un niño (y sus padres) contada en dos sencillos planos, una bonita y sutil pincelada de normalidad, un retrato más del hijo, un vídeo con firma final: aitá 2018. Regalo de padre a hijo, recuerdo de una mañana cualquiera, puesta en escena de un presente que ya es pasado, un cariñoso pellizco de memoria, un tierno acto de amor paternal, un momento más de Luken, hijo de Luis. Así, sin más. Ese «sin más» que capta Luis y que puede hacer sonreír a cualquiera como al menos hice yo; y no solo por conocer al que lo ha filmado y a la madre del niño (aún no he conocido a Luken en persona) sino por la sobria captura de un instante vital con el que cualquiera puede empatizar. Es un bonito vídeo: es un rayo de luz agradable, es el sol de la mañana de un día de invierno, es la brisa del atardecer de un día de primavera, es… (uff, no, no, no; no sigas con estos símiles soleados, cursis y pretenciosos, ¡poeta de pacotilla!). Es tan solo un vídeo bonito y encantador. Apto solo para conocidos. Sin más.

Aunque creo que algo más sí que hay, algo en lo que pienso con frecuencia en los últimos años: el continuo retrato y grabación de vida. Los niños del siglo XXI en las sociedades ricas son los primeros en ser fotografiados o grabados con una frecuencia anormal, casi diaria. Sus vidas se convertirán en un tremendo archivo de gigas y más gigas. ¿Lo guardarán los padres? ¿Legarán al hijo su infancia? Una infancia, por otro lado, más de los padres que del hijo, pues son ellos los principales testigos de su vida. Éste, ¿lo recuperará cuando sea mayor? ¿Seguirá almacenando su vida de adulto? ¿Visionará alguna vez ese inmenso archivo? No, no tendrá tiempo. Si se mete en un bucle de ver una y otra vez las miles de horas de su vida ya vivida, no tendrá presente ni futuro; si las visiona con regularidad es que estará en un continuo estado de melancolía y desesperanza, andará en busca de algo: ¿La verdad? ¿El tiempo perdido? ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Eso es el final.

Todo ese material terminará almacenado en las «nubes» informáticas (de hecho, ya se hace). Habrá editores robots que, como los montajes que ofrece en la actualidad Google con las fotos del móvil del último año, compondrán «películas» con los mejores momentos, en largos o cortos resúmenes a gusto del consumidor. No será por tanto necesario que haga el esfuerzo de rememorar con la imaginación, no tendrá que pasar a toda velocidad su vida en los instantes anteriores a tener claro que va a morir; un editor robot habrá seleccionado y creado pequeñas o largas películas que harán innecesario el esfuerzo por rebuscar en el pasado. Su vida será un compendio de esas imágenes que se irán depositando en «la nube» y en su mente; con ellas podrá llorar, reír, aburrirse, sacar conclusiones positivas o negativas de su paso por este mundo (con un bello fondo musical elegido por él o por la máquina y los algoritmos), hacer un speech o alegato final. Las imágenes se convertirán en su único recuerdo y quedarán almacenadas para siempre en esas «nubes», auténticos cementerios audiovisuales e informáticos. Ese memoria de vida podrá ser legada y visionada por familiares futuros (si ese es su deseo o testamento). De ese modo, transferirá highlights o hitos donde los descendientes podrán recordarlo y homenajearlo además de reconocerse en él (tal y como hacen los reyes con los retratos de sus antepasados). Además de la lápida, con fecha de nacimiento y muerte y un posible epitafio y foto, habrá la posibilidad de visionar la película de vida del finado que se repetirá en un bucle infinito. Y en principio, claro, solo legará lo bueno, su mejor perfil, una pequeña parte de su verdad, pues tan solo eso es lo que habrá almacenado y prácticamente grabado. «La nube» será por tanto, un reducto de memoria reduccionista, un compendio de mentiras pues falta la cara B, o al menos, de medias verdades.

También cabe la posibilidad de negocio. El protagonista podría subastar su vida en la «nube», vender sus «películas» a empresas que a su vez la ofrecerían a personas del futuro que quieran vivir o experimentar, como un acompañante voyeur, la existencia pasada de una persona cualquiera (esto quizás pueda ser posible más adelante: ¿año 2080, 2090, siglo XXII?), rodeado con atrezzo para la ocasión: objetos, casas y medios de comunicación (televisiones, móviles, prensa escrita, etc) de la época para hacerlo más verosímil. «¿Aburrido de su trabajo, de su día a día cotidiano? Programe unas vacaciones al año 2020, deléitese con la plenitud de vida de otro ciudadano o ciudadana, miles de horas de grabación y fotos en variadas, hermosas películas privadas y personales. Viaje al bienestar y a los aparatos antiguos: televisores 4K, móviles con reconocimiento facial, películas 2D y 3D, animales domésticos,… ¡Otro mundo, un feliz pasado!»

Además, con esta oferta sería posible asistir a suicidas del siglo XXII; vivir o visionar la vida de otros como método terapéutico: siempre felices, siempre arriba, always high. O a personas que quieran investigar sobre el pasado contagiándose e incluso saturándose con aquellos momentos pasados y «falsos» (perfecta herramienta para historiadores y creadores). O… Muchas posibilidades, muchas.

¿Y qué será de nosotros los nacidos en el siglo XX? Brevedad de la infancia por el poco material audiovisual existente; madurez y vejez importante dependiendo de lo que se haya expuesto cada uno. En cualquier caso, vidas cojas, conciencias sucedidas y ya apagadas, recuerdos físicos transformados en cenizas o corrompidos por el tiempo y los gusanos. En definitiva, vidas únicas e intransferibles, privadas, como ha habido siempre.

¿Es necesario durar tanto, es necesaria tanta exposición, es necesario archivarlo todo? ¿Será posible conseguir dinero por vender nuestra vida a empresas que finalmente, y como casi todo, serán dirigidas por máquinas, robots, cálculos y algoritmos mientras los humanos «disfrutamos» de otras cosas, de un no se qué? ¿Es eso bienestar y progreso? Lo es. ¿Es bueno, malo, regular? No sé. Solo sé que es y que podrá ser; o no. Sin más.

JB

ME GUSTA

Me gusta la filosofía tanto como antes no me gustaba (cuando iba al instituto). La racionalidad, la lógica o la incoherencia del pensamiento filosófico me recordaban a las matemáticas, con las que estaba negado: una sucesión de conceptos abstractos que como un bosque frondoso debía recorrer para llegar a revelaciones de sabiduría, a éxtasis de verdades como puños, a irrefutabilidades varias para… (¡qué pesadilla de caminos!, ¡qué intrincadas zarzas cerebrales!, ¡cuántas neuronas remolonas había que poner a trabajar! ¡con lo bien que se vive en la inopia y el juego!) Ahora tiendo a exprimir neuronas que, aún siendo gandules y a veces auténticos enemigos del equilibrio mental, me seducen por los sorprendentes caminos que me ayudan a disfrutar y recorrer: por sus infinitas posibilidades.

                 Tengo que estudiar filosofía con Silvio y me gusta; trato de ayudarle a entender, a comprender. Las teorías filosóficas a memorizar me atraen y abofetean por igual, me llevan a pensar y pensar, a hablar y hablar para convertirlas en algo razonable para su cabeza (y para la mía). En este caso, me llama la atención la Teoría de la Inducción (sobre todo sus debilidades) o como lo particular revela lo general o como mil cisnes blancos hacen pensar que todos serán blancos (hasta descubrir al negro) o como el sol si aparece todas las mañanas por el este al día siguiente hará lo mismo (hasta descubrir que el sol es una estrella con fecha de caducidad y sobre todo, un sujeto vivo y evolutivo: «Todo tiene su fin» cantaban con acierto Los Módulos).

             La Teoría de la Inducción funciona como una vía para llegar a una supuesta verdad, la que puede proporcionar la experiencia y la costumbre, el paso de lo años y la contemplación. Es válida para demostrar hechos pasados pero no para sostener realidades futuras, de ahí su flaqueza. Enfrente siempre tendremos el pensamiento escéptico según el cual, cualquier ley o hecho irrefutable, cualquier certeza admitida por todos, lógica y verdadera al cien por cien, es susceptible de ser discutida y negada. Este razonamiento, como todo, como el propio escepticismo, quizás no sea una Verdad Absoluta pero si un procedimiento que tenemos para actuar y pensar, para rebatir, entre otras, la Ley del pensamiento inductivo. Por ejemplo, y siguiendo con lo escéptico: ¿Uno más uno es igual a dos? Sí, claro, por supuesto, siempre ha sido así, y lo seguirá siendo. Ciertos conceptos abstractos y ciertas ideas que plantea la conciencia o la mirada o la experiencia no son seres vivos que envejezcan y se desarrollen, son así porque es la lógica de la percepción y es la base que permite el desarrollo. Sin embargo, son porque han nacido, son porque se han deducido y son porque viven entre nosotros desde el principio de los tiempos. Antes no eran porque antes no existían o porque la vida y el ser humano no existían o ni siquiera se había planteado física ni intelectualmente. Por tanto, antes no podíamos concebir pensamientos abstractos como ahora seguimos sin poder asumir, por ejemplo, la idea de Infinito o Nada.

              Explico a Silvio mi paradigma para hacerle ver la poca fiabilidad de la Teoría de la Inducción: El Infinito es una idea de futuro, algo que está por venir, un continuo de más y más, un sin parar total (la mirada más allá sin fin). Pero, ¿qué pasaría si experimentamos el Infinito como una idea de pasado, como un más de más de más hacia atrás? Es igual de inasumible que el futuro; hacia atrás no hay más, hay menos, no podemos restar cuando estamos sumando. ¿Y si el Infinito pasado fuera un menos de menos? No, tampoco es posible, si hay menos de menos es para llegar a ¿qué?, ¿a la Nada? El Infinito no llega y además, somos incapaces de entender la Nada (al menos yo), no podemos concebir que venimos de una especie de Vacío, de una gran explosión que fue, de un enorme big bang que como un interruptor de luz dio comienzo a la gran fiesta en la que vivimos. Y antes de eso, ¿qué hubo? Al igual que el Infinito es un concepto que no nos cabe por su inmenso grosor, la Nada no nos cabe por su su inconcebible vacío. ¿Qué podemos deducir o en este caso inducir? Nada objetivo, nada racional. Nada es deducible, ni nada es inducible (del todo).

            Me pierdo con estos pensamientos que me llegan y que deseo trasladar a Silvio para explicar la complicada Teoría; trato de entender y no comprendo, trato de ser sencillo y no hago más que ver miles de ramificaciones a cual más disparatada y divertida. ¿No es todo esto un juego de palabras? No paro de viajar por la pura reflexión metafísica de juegos filosóficos inútiles o distorsionados planteando preguntas sin respuestas. Sin embargo, acabo deduciendo un concepto claro: uno más uno es igual a dos, pero solo hasta que lo sea. Porque un día no será; cuando apaguemos nuestra conciencia, cuando finalice nuestra gran fiesta, ahí (está claro), ahí: nada es nada; ahí: uno más uno no es dos, ni siquiera uno y dos son algo. Nosotros no seremos como tampoco fuimos. ¿Dónde fuimos? ¿Dónde seremos? Si no logramos concebir la Nada, ¿cómo sabemos (o intuimos) que la conciencia se disuelve en la Nada? ¿No podríamos ser Infinitos? (Esto es una buena pregunta para volar tan lejos como el Infinito). La Nada y el Infinito son nuestros topes y a su vez no son.

                  Creo que no aclaro gran cosa a Silvio.

                   JB 17

CAPICUAS

                                                                            A María Colodrón y las Constelaciones de Piedralaves.

De nuevo, amiga águila, sobrevuelas por encima de mi cabeza cuando ruedo con la bicicleta de montaña por los campos sevillanos; y me llamas con tu dulce planeo, con tus agudos chillidos de protesta, con tu sombra divina transportada por los aires levantinos de este quince de noviembre. Eres mi espejo en la naturaleza que me quiere y protege; y así lo siento. Eres la base de mis sueños de liberación que no son más que eso: ilusiones. Eres mi deseo y gozo de flotar libre por los aires (confieso que me encanta estar en un avión, confieso que no me atraen los parapentes ni paracaídas). Silbo fuerte para llamarte, para atraerte a mí creyendo que algún día bajarás de tu cielo para charlar conmigo o para contactar de alguna manera. Estamos hermanados, ¿no? Eres mi animal de poder, ¿no?, querida águila. Tantas veces te presentas ante mí… ¡Háblame! ¡Trabájame! ¡Enséñame a mirar alto, a amar tanto la sombra como la luz para alcanzar la alegría que mi corazón desea! Mientras espero que algún día ocurra eso (y sé que no ocurrirá), disfruto tu aleteo por estos corredores verdes, admiro la belleza de tus alas extendidas, los moteados blancos de tus plumas, y recibo un golpe de energía y entusiasmo con la seguridad que produce tu infinito esplendor en los cielos azules.

Detengo la bicicleta para disfrutar, a veinte metros escasos de mi casco de ciclista, tu ligero reposo de pluma sujeta a las turbulencias del viento y te digo: Yo también sé planear cuando buceo en la inmensidad del agua del mar batiendo récords de no respiración mientra investigo desenfocados bancos de arena y piedras acompañado de peces y algas marinas y tablas de surf en las playas de El Palmar en Cádiz, sí. Puedo sentir lo que sientes tú, puedo levitar mi cuerpo como haces tú, puedo transformarme en hoja muerta expuesta a mareas, en astronauta abandonado por un accidente de cohete al cual estaba enganchado para arreglar no se qué desperfecto (como en las peores películas de Hollywood: léase «Gravity»), convertido en satélite de masa humana que sobrevuela los tiempos y el espacio y al que la falta de oxígeno, la imposibilidad de alimentarse y la muerte de la consciencia, harán que vague eternamente entre las estrellas, los meteoritos, los satélites de comunicación y toda la chatarra espacial que allí se acumula. En ese instante me pregunto (y perdón por dejarte a un lado, animal de poder) qué ocurriría con ese trozo de carne colgado en el espacio exterior. Podría acudir a internet para informarme mejor pues parece que ahí está la verdad, pero no. Dejo volar la imaginación como dejo volar el cuerpo solitario del astronauta abandonado, como te dejo volar a ti, mi animal de poder, águila o aguilucho de mis entrañas, y comienzo a suponer que a lo largo del tiempo ese cuerpo flotante se despojaría de aire y agua para terminar siendo una especie de ente humano orbitante, desecado como una pasa vieja o un faraón del viejo Egipto. Pero, la humedad de ese cuerpo, ¿dónde quedaría? Las gotas, ¿exudarían a través del traje espacial?, ¿quedarían esparcidas en el espacio? ¿se unirían a otras? ¿hay humedad flotando en el espacio? Y la conciencia perdida, su consciencia humana: esa que no pesa, que no existe, que no ocupa lugar, ¿bajaría a Tierra o permanecería allí?, ¿se disolvería entre otras consciencias?, ¿existe la consciencia o solo somos largos sueños en descompresión? (Por favor, compre su licencia Win RaR. Comprar ahora. Cómo comprarlo. Cerrar. Ayuda... Cierro, cierro…) Parece que sí. Todos tenemos una consciencia. ¿Qué haría la del astronauta allí arriba, perdida y solitaria? ¿Es el espacio el lugar a donde van a reposar las consciencias? ¿Son ellas las que nos vigilan como siento que me vigilas tú, hermana águila? ¿O son la luz que se proyecta sobre una pantalla blanca y que tienen el mismo final que un rollo de película: la nada, el vacío?

Águila o aguilucho de mis entrañas, voy a dejar de volar con la cabeza y voy a escribir en tu honor un complemento lírico para el Quadern. No lo olvides, no me olvides. Continúa ahí: para mí, para todos, para siempre.

Cuando el cielo es una pared azul.

Cierro los ojos.

Cuando levanto la vista para recibir tu saludo.

Me extiendo y planeo.

Cuando te reclamo sobre mi cabeza.

Siento el aire.

Cuando te veo volar.

Estoy volando.

Cuando estás volando.

Me ves volar.

Cuando sientes el aire.

Me reclamas bajo mi cabeza.

Cuando te extiendes y planeas.

Levantas la vista para recibir mi saludo.

Cuando cierro los ojos.

El cielo es una pared azul.

Culebrera o ratonera, perdicera o pescadora.

Soy el águila de tus sueños.

Tus alas son la manta de mi poder.

Encerrado en tu consciencia.

Tus vuelos mi razón de ser.

Cartografiando tu inocencia.

Tu figura mi sonrisa.

Privilegiando tus ensueños.

Cuando privilegias mis ensueños.

Mi figura es tu sonrisa.

Cuando cartografías mi inocencia.

Transformo tus vuelos.

Cuando encierras mi consciencia.

Empodero tus alas.

Cuando apareces en mis sueños.

Pesco y cazo para ti de nuevo.

JB 17

UNA CLENCHA (Micro-teatro)

UNA CLENCHA

Micro teatro de

Juan Bullón

PERSONAJES:

-Director de cine publicitario (OFF)

-Berta

-Pepito

La acción tiene lugar en una playa con fuerte viento y oleaje.

ESCENA 1

Sonido fuerte de olas y viento. Dos sombrillas playeras, dos neveras, varios balones inflables, cuatro sillas de playa, dos grandes banderolas con información de Campeonato de Surf, silla grande de vigilante playero,un dibujo de montaña y faro lejanos.

DIRECTOR DE CINE (En off y gritando nervioso): ¡Prevenido todo el mundo!… Berta… Pepito… ¡Cámara! y… ¡ACCIÓN!

(En escena aparecen desde el fondo a la derecha: BERTA, mujer de unos setenta años, con bañador azul claro de cuerpo entero y un pareo que le cubre la cintura y las piernas. Tiene el pelo de color gris y una bonita figura a pesar de la edad. Se la ve guapa y delicada. A su lado: PEPITO, hombre de unos setenta años, pelo canoso y con entradas, recio y fuerte a pesar de la edad. Va solo con un bañador largo de estilo hawaiano. Ambos llevan una tabla de surf deportiva (un «pincho»). Caminan alegres por el escenario hacia el proscenio, como si fueran a introducirse en el mar. Sonríen y contemplan el paisaje frente a ellos (patio de butacas y palcos): mar, olas y cielo. El viento remueve los pelos.)

DIRECTOR DE CINE (Off): ¡Corten! ¡Corten!… ¡Por favor!, ¿ahora una nube? No decías que esas no iban a tapar el «fockin’ sun»… ¡Berta! ¡Pepito! Quedaros ahí, en esa posición. Vamos a esperar unos cinco minutos al bueno del Señor Sol.

BERTA y PEPITO pinchan las tablas en la arena y quedan juntos en medio del escenario. Se miran.

BERTA: ¿Sabes usar esta plancha?

PEPITO: ¿Yo? No tengo ni idea. Me han dicho que arree con esto hacia el agua y aquí estoy. ¿Y tú?

BERTA: En absoluto. Ni siquiera me gusta el mar. ¡Qué pesadez de rodaje! ¡Y qué pocas ganas de continuar tras la comida!

PEPITO: Yo fui marino mercante. Treinta y cinco años. Ocho meses en el mar, cuatro en casa.

BERTA: ¿Y tu mujer? Me dijiste que estabas casado.

PEPITO: Mis mujeres querrás decir. Ja, ja… No, en serio. Mi mujer en casa. Mi mujer, mis suegros, mis niños: ¡insoportables todos!, je, je.

BERTA: ¡Qué caradura!

PEPITO: No, es la realidad. ¡De qué si no iba a estar dando vueltas por el mundo! En cada puerto una mujer, ¿no?, o… o eso decían: Ja, ja, ja… Mmm, esta exquisita brisa marina es agua de mayo para mí (respira profundo).

BERTA: Perdona, ¿eso que huelo es lo que me temo que huelo?

PEPITO: Sí, ja, ja, ja, se me ha escapado.

BERTA: ¡Serás asqueroso!

PEPITO: Lo siento, pero el menú de hoy… Me acordé del restaurante El Candil en el Puerto de Gijón. Qué alubias nos metíamos entre pecho y espalda toda la tripulación. Y después, la siesta y la sinfonía de …

BERTA: ¡Qué asco!

PEPITO: Vaya, la señora jamás ha tenido ventosidades, ¿no?

BERTA: Sí, pero no voy alardeando de ello por ahí.

PEPITO: Hmmm, … vengo observándote toda la mañana y ¿sabes qué? Te veo muy sexy con ese bañador azul tan apretado. Tienes unas bonitas curvas, tienes un…

BERTA: Mi marido está en el hotel, así que …

PEPITO: ¿Os han pagado el vuelo a Fuerteventura?

BERTA: Sí, claro. Y tu mujer, ¿dónde está?

PEPITO: En verdad, murió hace dos años…

BERTA: ¿Te estás burlando de mí?

PEPITO: Soy libre. Estoy libre. Aunque ahora que lo pienso siempre he sido libre.

BERTA: ¿Y tus hijos?

PEPITO: De mis hijos sé poco … ¿En Madrid? ¿En Francia?

BERTA: ¿Cuánto te pagan por esta sesión publicitaria?

PEPITO: 500 euros, me han dicho que es para Seguros San …

BERTA: ¿500 euros? ¿De verdad?

PEPITO: Sí, ¿por qué?

BERTA: A mi me pagan 400. ¡No me lo puedo creer!

PEPITO: Sí, pero tu has venido con tu marido y yo vivo aquí.

BERTA: ¡Qué va! Estoy sola. He venido de Madrid con el equipo técnico, la agencia, los clientes.

PEPITO: ¡Ajaaaah!, ¿caradura yo? Mi mentirosilla Jane ser lista, ¡muy lista! ¿Mi mentirosilla Jane no quiere un Tarzán para pasar la noche?…

BERTA: Cuando acabemos este plano me quejaré a la jefa de producción. Si es necesario abandono. ¿Qué necesidad tengo de estar haciendo la mema con esta tabla y encima humillada con el salario? ¡Cuánto machismo, por Dios!

PEPITO: ¡El dinero!

BERTA: ¿Dinero? Yo no necesito dinero.

PEPITO: Entonces, ¿qué haces aquí?, ¿por qué estás en la agencia de modelos?

BERTA: Necesito salir de Madrid, olvidarme de mis amigas, de mi familia, demostrar que valgo mucho más que para cuidar una casa y ser el sostén social de mi marido.

PEPITO: A ver, ¿qué fue de tu marido? ¡Y quiero la verdad!

BERTA: También murió.

PEPITO: Mmm, bonita cuento chino.

BERTA: ¡Imbécil! Lo quería, lo quería de verdad.

PEPITO: Sí, claro, yo a mi mujer, también.

BERTA: Pero lo odiaba,… también lo odiaba. Tantas noches sola en casa. Tantos viajes al extranjero.

PEPITO: Eso me suena. Me está empezando a caer bien tu marido.

BERTA: ¡Ignorante!… Se debía a su empresa. Era la mano derecha de su jefe sueco. Volvo por aquí, Volvo por allá…

PEPITO: Bonitos coches, sí señor. Y las suecas muy… mmm… ¿no sé cómo decirlo?

BERTA: ¡Está bien! ¡Sí! ¡Tenía una amante! … En realidad tenía más de una. Pero yo también disponía de mi vida como me daba la gana. Mis hijos, mis amigas, mis reuniones. Teníamos mucho dinero. Viajábamos juntos en verano. Todo era felicidad en esos momentos.

PEPITO: ¿Todo? ¿Y tus sueños?

BERTA: Están aquí, en esta playa, en este trabajo; viendo que aún sirvo para algo.

PEPITO: Sí, y para un revolcón con un tipo experimentado como yo. (Deja caer la cabeza sobre el hombro de ella)

BERTA: ¡Hombres! (Ella se aparta) Sois repugnantes. ¿Sabes que el realizador, este gordo seboso que nos dirige, entró anoche en mi habitación de hotel?

PEPITO: ¿Quién lo hubiera dicho?

BERTA: Quería hacerme acotaciones sobre el personaje que íbamos a representar, sus motivaciones, su pasado,sus secretos. ¡Pero si es la quinta vez que hago de jubilada de oro!

PEPITO: Nuestro papel lo conocemos al dedillo. ¿Y qué quería el cerdo ese?

BERTA: Llegó bebido, se le trababa la lengua. Me empezó a hablar de internet; no se qué de las milfs, de las grannys: se dice así, ¿no?; que nunca había conocido a nadie como yo.

PEPITO: Tampoco es tan extraño, tendrá 20 años menos que nosotros.

BERTA: No, no se trataba de eso. Sé que puedo ser apetecible, me sigo encontrando atractiva…

PEPITO: Mmm. ¡Cierto! Y lo eres. (Se pega de nuevo a Berta. Besa sus hombros. Ella se deja hacer)

BERTA: Mis horas de gimnasio, mis cremas, los rayos uva…

PEPITO: ¡Aaah!, la dura vida de ama de casa ricachona.

BERTA: El caso es que no quería tener sexo conmigo.

PEPITO: ¿No me digas? Porque yo…

BERTA: No cuerpo a cuerpo, vaya. Quería verme los pies, acariciar mis pies, ¡chuparme los dedos de los pies!, beber champán en mis zapatos.

PEPITO (con sorna): ¡Oooh, qué salvaje!

BERTA: Quería que le pisara la cara, que caminara sobre su barriga, que le apretara fuerte los testículos, que le masturbara con los pies.

PEPITO: ¿Te ofreció algo a cambio?

BERTA: Sí. ¡Dinero!

PEPITO: ¿Y qué dijiste?

BERTA: Que no, ¿qué voy a decir?, ¿qué puedo decir?

PEPITO: No sé, a mi a cambio de una buena suma de dinero.

BERTA: ¡Te he dicho que no necesito dinero! Siempre he deseado trabajar como modelo, ¡quiero trabajar como modelo!, quiero mostrar mi cuerpo, sentirme válida, sentirme a gusto, pero no formar parte del circo de estos seudo-artistas depravados. Sigo siendo una romántica: una vela sobre la mesa, un buen vino, una charla agradable, besos, caricias…

PEPITO: Y un buen mete-saca añadiría yo.

BERTA:¡Idiota! Te puedes meter la plancha esta por el culo.

PEPITO: Bueno, es una remota posibilidad. Podríamos probar a ver qué ocurre…

BERTA: Veo que tienes salida para todo.

PEPITO: … acompañados de una buena clencha para ponerse a tono.

BERTA: ¿Clencha?

PEPITO: Sí, un filete, una anchoa, una raya. ¡Un tirito de farlopa, vaya!

BERTA: ¿Tienes?

PEPITO: Siempre llevo conmigo. Lo que no tengamos los marinos.

BERTA: Mi marido conseguía de vez en cuando. No soportaba las convenciones anuales de Volvo. Ventas, ganancias, pérdidas, beneficios…

PEPITO: Me gusta tu marido. ¡Y no soy gay!… Bueno, me gustaba. Ahora estará reseco…

BERTA: … fines de semana aburridos hablando de coches, mecánicas, nuevos modelos, conversaciones manidas, acuerdos de última hora. Eso no había quién lo aguantara,

PEPITO: ¡Ooooh, qué desdichado! Sus buenas juergas se correría.

BERTA: Y solía acompañarle cuando se hacían en Madrid.

PEPITO: Vosotros los burgueses, siempre tan finos y relamidos. ¿Ves mis brazos?, ¿mis antebrazos? Pura roca (se golpea el antebrazo), puro trajín en el barco; embarcar y desembarcar mercancía, aguantar tempestades, viajes de cinco meses en alta mar, dieciocho tiarrones en sus camarotes masturbándonos todas las noches. Posters, internet, ¡cualquier cosa valía!

BERTA: ¡La imaginación de los hombres! Buf… No es vuestro fuerte.

PEPITO: Ni falta que hace. Todo es ponerse a tono y expulsar el demonio que llevamos dentro. Mmm, daba gusto cuando llegábamos a un nuevo puerto. Y estábamos bien entrenados. ¡Sí, Señor! Dando el callo como buenos marinos españoles.

Tumulto, gritos, sirenas de policía, silbatos, jadeos.

BERTA: Eh,… perdona, ¿qué es aquello que se ve cerca de la orilla?

PEPITO: Parece un barquito, ¿no? Uno de esos cayucos senegaleses.

BERTA: Van un poco apretados.

DIRECTOR DE CINE (Off y gritando): Pero bueno, ¿qué es todo este lío? Tened cuidado con el material, no dejéis nada sin vigilar… Ahora que ha vuelto a aparecer el maldito sol… ¡Berta y Pepito agarraos bien a las tablas.

Unas sombras recorren el escenario.

BERTA: ¡Mira, mira cómo corren!

PEPITO: Sí, es lo que tienen las locas aventuras de los negros africanos.

BERTA: ¡Pobrecitos! ¡Hasta una madre con un bebé en brazos! ¡Qué horror!

PEPITO: A decir verdad, hacía tiempo que no veía uno de estos por las playas de Fuerteventura.

BERTA: ¿Para qué corren si saben que los van a alcanzar?

PEPITO: Dispersándose, y cada uno por su lado, pueden encontrar refugio o a alguien que les ayude.

BERTA: El Estado ya les ayuda, les da cobijo hasta que solucionen sus problemas.

PEPITO: ¡Claaaro!, internados cómodamente en los magníficos CIES con vistas al mar.

BERTA: ¡Qué desgraciados!… El hambre no tiene límites.

PEPITO: Ni el hambre sexual, Baby… ¿Quedamos esta noche, cariño?

(Pepito levanta las cejas y sonríe. Berta le lanza una mirada sugerente abriendo y cerrando los párpados con intermitencia. Sonríe también.)

TELÓN

JB 16

EL TARRO DE CRISTAL

El tarro de cristal que uso para almacenar el café contiene la mitad de café. ¿El resto? Aire del quince de octubre de dos mil diecisiete. Cierro el tarro de cristal. Lo miro y remiro. Lo coloco en el estante inferior de la contrapuerta del frigorífico. No sé qué trato de encontrar en él pero de pronto siento pena. Pena por la soledad, por la oscuridad, por el abandono, por el cierre. Y algo de alegría cuando pienso en el futuro reencuentro con mi tarro de café dentro de seis meses, cuando el imperio de la luz y el calor retomen el mando del mundo; cuando el hemisferio norte mire de tú a tú a la clarividencia del sol y pueda, contento de estar vivo, contento de ser, dirigirme de nuevo a mi tarro:

        «¡Oh, aquí estás otra vez, tarro de cristal! ¡No has cambiado nada!» Y preguntaré: «¿Cómo te fue este ligero invierno a resguardo entre los muros de la casa de madera? ¿Qué sentiste en los incómodos días de torva oscuridad? ¿Acaso alguna engreída y vieja araña o una hambrienta hormiga trataron de escalar tus imposibles pendientes resbaladizas de noventa grados?»

         «Oh, mi amo y señor,» me responderás, «todo está en orden en la casa, todo estuvo en orden en estos aburridos días de invierno. Tan solo la luz de los rayos del sol, apareciendo tras las rendijas de las contraventanas, rebotando en el acero de los muebles de la cocina, acariciaba de refilón mi envidriado cuerpo; tan solo unas laboriosas hormigas reconocieron mi deseable interior pero, aburridas, continuaron su camino en busca de algo de comida: ¡tarea imposible!, pues nada orgánico dejaste a la voluntad de la corrupción del tiempo, ¡cuánta sabiduría y qué poco despiste, señor!; tan solo un simpático grillo, que entró por el pequeño agujero de la puerta al exterior huyendo de la tormenta y de la fanática lluvia para, incapaz de encontrar el camino de retorno, morir de hambre con un lastimero cric-cric tras la espalda de la nevera: allí encontrarás su cuerpo; tan solo una despistada araña tejió su saco de huevos justo a mi lado, en la esquina de esta estantería de compuerta donde me hallo: ¡¿será inútil?! ¿no podría haber encontrado mejor refugio para sus miles de hijos?; tan solo el piar de los inquietos pájaros que machacones me avisaban del comienzo del día y me hacían bostezar de envidia y rabia; tan solo los feroces vientos de levante aullando entre las finas hendiduras de las láminas de madera, golpeando, en una ocasión, la pared (¡qué susto!), con una enorme rama voladora y rota de un ciprés; tan solo el paso lento de días y días secando los granos molidos del café almacenado, marchitando su aroma y sabor por el peso del cada vez más rancio aire del quince de octubre de dos mil diecisiete (aunque, levemente, eh, ¡no te preocupes!: todavía portan el potente olor cafetero a pesar del lejano regusto a achicoria que manejan en la actualidad.)»

         «¿Achicoria?», exclamaré. «!Qué asco!»

        «Sí, mi señor,» dirás. «Es un asco este inerte navegar por las estaciones del frío mientras tú vives la vida burguesa en tu otra guarida, en tu otra ciudad; y yo te sirvo de guardián en esta tu segunda casa; inamovible e inconmovible en mi estante inferior pero presente en la existencia como el que más, traspasando los espacios del tiempo sin penas ni ahogos, sin risas ni alegrías, como un simple y estúpido tarro de cristal con café que es lo que en definitiva soy. Todo tuyo. ¡Oh sí, mi señor!,» exclamarás en el regusto, «tómame de nuevo porque me han hecho para ti, usa mis poderes conservadores, destapa el cierre metálico, aspira el oxígeno de octubre (único y fugaz, ¡qué recuerdos!), siente el aroma tostado y muy amargo del café, y retorna a aquel día que pensaste en mí cuando convivías con la realidad de tu presente, cuando te entró esa extraña añoranza por el futuro: tonta, fútil y pasajera. Pero detengámonos, oh mi señor, hablemos ahora de ti: ¿Cómo fue tu invierno rodador?»

      «¿Yo? Tengo tanto que contar,» te diré mientras miro en pose hamletiana tu ya añejo contenido, «tanto vivido, tanto sufrido, tanto amado en estos seis meses. El tiempo es un plis, un ras, un fluash, una exhalación; y también una historia de enorme acumulación, historia de miles de historias, relatos de increíble emoción o de estupideces supinas que un día escribiré (si no los he escrito ya); una inmensa y pesada losa de nada, y sin embargo, un ínfimo todo para mi conciencia que ha de salir por algún lado… pero antes,… voy a preparar un café.»

       Meto la llave. Echo una última mirada a la casa. Todo está en orden. La puerta del frigorífico queda abierta. En el estante inferior, el tarro de café, mi tarro de cristal con café. Cierro.

                                                                                                                                                          JB 17

CRÓNICAS BASTARDAS: James Leg

He-Rhodes al piano.
He-Rhodes a las teclas.
Jaime Pierna come niños impolutos.
Jaime Pierna empuja boxes de granito.
Jaime Pierna sostiene la columna.
De Babilonia a punto de finito.

Cuando el aguante puede al dolor, con la izquierda apuntalaba.
Cuando el esfuerzo es la batalla, con la derecha coceaba.
¡Go on, Jaime Pierna, Mthfkr!
Voz-gruñido-ronco degollando
Voz-mugido-bronco Lemmytando.
Y tu compañero matraca:
Ra-Ka-Ta-Ka-Ta-Ka.

Fuckin’ Soul Ballads,
aspirando a tronos de destemplanza.
Marshalls y Paistes,
escocidos por quiebros de venganza.
Estrujas la grasa en gotas de rock’n roll.
Exudas y secretas como infierno y calor.
Como Pinhead de acción.

Impúlsanos, ahora, ¡Oh, Jimmy!
Al Averno, al Tártaro, a la Perdición…
y me hundes en el pantanoso fango de La Lousiana («Se va el Caimán, se va el Caimán..» )
cuando de pronto regurgitas:
«Don’t speak spanish, I’m so ashamed .»
¡Fuck you, Man! High-Full Energy is just the Plane,
when Jumpin’ Jack Flash meet the Search and Destroy at the end.

Sí Señor. Riffes inmortales, Tales de Mileto.
Y como dijo Aristóteles que dijo Tales:
«El alma es capaz de producir movimiento,
el alma se haya entreverada en el todo.»
Todos somos Dioses, pensó Aristóteles que pensó Tales.
¡Y quién sabe! But…
¡Sure!
¡We had Boogie, my God James!

El Mordor en la Sala X y los Flashes fónicos.
Las largas hebras exudadas junto a los mínimos plateados.
La Hebilla brillante que parte el cuerpo en dos.
Over the belt, The Man in Black.
Below the belt, The James Legs.

James Leg equal Jaime Pierna.
Fiera en el trono equal Manso en la hacienda.
Vergüenza y delirio.
Humildad y pasión.
October, Fuckers and Rock’n Roll.

JB 17