SIN MÁS

A Luis, Zuriñe y Luken

Plano general corto de la cocina de un piso. Enero de 2018. Luz de primera hora de la mañana. El plano es fijo. Un niño de apenas 2 o 3 años pregunta a su madre qué cosas de comer van en la bolsa-mochila y se enfada. ¿Día de ir al colegio o a la guardería? La madre se mueve lenta de izquierda a derecha, habla con el niño, le habla en euskera. El niño protesta por el contenido de la bolsa. La madre parece cansada de las quejas del niño, de dar tantas, o las mismas, explicaciones matutinas. La fotografía es natural y equilibrada, el momento relajado, no destaca por nada; o más bien, destaca, sin destacar, por ser la rutina de un día cualquiera. Es el instante, es pura y sencilla vida, segundos vividos y retrato cotidiano. Sin más, como diría mi amigo Luis.

Pasamos a primer plano fijo del niño. El foco, que a veces viene y va, está justo en el rostro, en los ojos y en la boca; de nuevo una luz agradable. El padre, en off, pregunta al niño, le saluda, le anima a guiñar un ojo: guiña los dos a la vez. El niño come de una cuchara, la madre en off sigue dirigiéndose a él en euskera, le anima a comer. El niño sonríe y protesta, se deja querer, se sabe protagonista de la situación. Está tranquilo y confiado. Su corazón rebosa paz y placer, y no lo sabe; solo conoce eso, o al menos, lo reconoce como lo mejor, lo que marca su día a día, su camino. Ni siquiera los padres captan esa felicidad cotidiana aunque la intuyan (en este caso, el padre sí es consciente y por eso, se encarga de grabar). Una suave y melancólica canción pop acompaña el relato del instante. Dos minutos y cincuenta segundos de la vida de un niño (y sus padres) contada en dos sencillos planos, una bonita y sutil pincelada de normalidad, un retrato más del hijo, un vídeo con firma final: aitá 2018. Regalo de padre a hijo, recuerdo de una mañana cualquiera, puesta en escena de un presente que ya es pasado, un cariñoso pellizco de memoria, un tierno acto de amor paternal, un momento más de Luken, hijo de Luis. Así, sin más. Ese «sin más» que capta Luis y que puede hacer sonreír a cualquiera como al menos hice yo; y no solo por conocer al que lo ha filmado y a la madre del niño (aún no he conocido a Luken en persona) sino por la sobria captura de un instante vital con el que cualquiera puede empatizar. Es un bonito vídeo: es un rayo de luz agradable, es el sol de la mañana de un día de invierno, es la brisa del atardecer de un día de primavera, es… (uff, no, no, no; no sigas con estos símiles soleados, cursis y pretenciosos, ¡poeta de pacotilla!). Es tan solo un vídeo bonito y encantador. Apto solo para conocidos. Sin más.

Aunque creo que algo más sí que hay, algo en lo que pienso con frecuencia en los últimos años: el continuo retrato y grabación de vida. Los niños del siglo XXI en las sociedades ricas son los primeros en ser fotografiados o grabados con una frecuencia anormal, casi diaria. Sus vidas se convertirán en un tremendo archivo de gigas y más gigas. ¿Lo guardarán los padres? ¿Legarán al hijo su infancia? Una infancia, por otro lado, más de los padres que del hijo, pues son ellos los principales testigos de su vida. Éste, ¿lo recuperará cuando sea mayor? ¿Seguirá almacenando su vida de adulto? ¿Visionará alguna vez ese inmenso archivo? No, no tendrá tiempo. Si se mete en un bucle de ver una y otra vez las miles de horas de su vida ya vivida, no tendrá presente ni futuro; si las visiona con regularidad es que estará en un continuo estado de melancolía y desesperanza, andará en busca de algo: ¿La verdad? ¿El tiempo perdido? ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Eso es el final.

Todo ese material terminará almacenado en las «nubes» informáticas (de hecho, ya se hace). Habrá editores robots que, como los montajes que ofrece en la actualidad Google con las fotos del móvil del último año, compondrán «películas» con los mejores momentos, en largos o cortos resúmenes a gusto del consumidor. No será por tanto necesario que haga el esfuerzo de rememorar con la imaginación, no tendrá que pasar a toda velocidad su vida en los instantes anteriores a tener claro que va a morir; un editor robot habrá seleccionado y creado pequeñas o largas películas que harán innecesario el esfuerzo por rebuscar en el pasado. Su vida será un compendio de esas imágenes que se irán depositando en «la nube» y en su mente; con ellas podrá llorar, reír, aburrirse, sacar conclusiones positivas o negativas de su paso por este mundo (con un bello fondo musical elegido por él o por la máquina y los algoritmos), hacer un speech o alegato final. Las imágenes se convertirán en su único recuerdo y quedarán almacenadas para siempre en esas «nubes», auténticos cementerios audiovisuales e informáticos. Ese memoria de vida podrá ser legada y visionada por familiares futuros (si ese es su deseo o testamento). De ese modo, transferirá highlights o hitos donde los descendientes podrán recordarlo y homenajearlo además de reconocerse en él (tal y como hacen los reyes con los retratos de sus antepasados). Además de la lápida, con fecha de nacimiento y muerte y un posible epitafio y foto, habrá la posibilidad de visionar la película de vida del finado que se repetirá en un bucle infinito. Y en principio, claro, solo legará lo bueno, su mejor perfil, una pequeña parte de su verdad, pues tan solo eso es lo que habrá almacenado y prácticamente grabado. «La nube» será por tanto, un reducto de memoria reduccionista, un compendio de mentiras pues falta la cara B, o al menos, de medias verdades.

También cabe la posibilidad de negocio. El protagonista podría subastar su vida en la «nube», vender sus «películas» a empresas que a su vez la ofrecerían a personas del futuro que quieran vivir o experimentar, como un acompañante voyeur, la existencia pasada de una persona cualquiera (esto quizás pueda ser posible más adelante: ¿año 2080, 2090, siglo XXII?), rodeado con atrezzo para la ocasión: objetos, casas y medios de comunicación (televisiones, móviles, prensa escrita, etc) de la época para hacerlo más verosímil. «¿Aburrido de su trabajo, de su día a día cotidiano? Programe unas vacaciones al año 2020, deléitese con la plenitud de vida de otro ciudadano o ciudadana, miles de horas de grabación y fotos en variadas, hermosas películas privadas y personales. Viaje al bienestar y a los aparatos antiguos: televisores 4K, móviles con reconocimiento facial, películas 2D y 3D, animales domésticos,… ¡Otro mundo, un feliz pasado!»

Además, con esta oferta sería posible asistir a suicidas del siglo XXII; vivir o visionar la vida de otros como método terapéutico: siempre felices, siempre arriba, always high. O a personas que quieran investigar sobre el pasado contagiándose e incluso saturándose con aquellos momentos pasados y «falsos» (perfecta herramienta para historiadores y creadores). O… Muchas posibilidades, muchas.

¿Y qué será de nosotros los nacidos en el siglo XX? Brevedad de la infancia por el poco material audiovisual existente; madurez y vejez importante dependiendo de lo que se haya expuesto cada uno. En cualquier caso, vidas cojas, conciencias sucedidas y ya apagadas, recuerdos físicos transformados en cenizas o corrompidos por el tiempo y los gusanos. En definitiva, vidas únicas e intransferibles, privadas, como ha habido siempre.

¿Es necesario durar tanto, es necesaria tanta exposición, es necesario archivarlo todo? ¿Será posible conseguir dinero por vender nuestra vida a empresas que finalmente, y como casi todo, serán dirigidas por máquinas, robots, cálculos y algoritmos mientras los humanos «disfrutamos» de otras cosas, de un no se qué? ¿Es eso bienestar y progreso? Lo es. ¿Es bueno, malo, regular? No sé. Solo sé que es y que podrá ser; o no. Sin más.

JB

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