APUNTE

No sé cómo empezar y sí sé empezar. Lo he meditado, lo he soñado y lo he sentido. Primero, cabalgué a lomos del círculo de luz fosfénica con el que hago discurrir mis meditaciones y pensamientos para entrar en lo que quiero narrar. Y siento vergüenza por este comienzo solipsista que nada tiene que ver con lo que voy a trasladar al escrito. Soy un medio de recepción más del discurso presente y me agarro a las noticias, que seleccionadas, me ofrecen los medios digitales: fábulas inagotables de una cierta verdad, cuentos de nunca acabar, ventanas a la que me asomo y donde siempre corre al aire fresco y renovado de las mismas crónicas de siempre: el arte por sobrevivir de cada uno, el arte por activar nuestra castaña, almendra o nube de conciencia, el arte por reafirmar nuestra presencia en la Tierra con las miles de pantallas en blanco que fugazmente se iluminan para contar y vivir una vida. Y yo también estoy aquí, claro. Y yo también recibo en la pantalla. Y algo me indica que estampe. ¿Qué es lo que vi?

Un niño de poco más de un año flotando boca arriba,
un niño haciendo «el muerto»,
un niño muerto,
vacío de castañas y almendras de conciencia,
tan solo un rápido parpadeo sobre la pantalla en blanco.
¿Dónde?
En la fotografía, en el vídeo,
en los confines del Mar Mediterráneo
donde ahogado murió el niño.
Ayer. Otro más.

A su lado y boca abajo,
expandida sobre la tabla salvadora,
el cuerpo, grueso, de una mujer callada para siempre.
¿Será la madre, la tía, la prima o la hermana?
El rostro bañado en agua y aceite y gasolina.
¿Cuánto tiempo dormida?
¿Cuánto tiempo la pantalla sin vida?
¿Por qué no habrá soportado?
¿Por qué no ha aguantado hasta el rescate de los primos de los Brazos Abiertos?
¿Por qué ella, no, … y la amiga, hermana o compañera, sí?
Es Josefa del Camerún.
El rostro tieso,
los ojos: dos faros de alerta y miedo,
el cuerpo un potaje de hipotermia,
la castaña bateada en inconsciencia.
¿Cómo es posible?, se preguntará.
¿Son ellos los Ángeles del Infierno o de la Tierra?
¿Es esto el Cielo?

En volandas hasta el barco todos. Los tres cuerpos.
Dos a las bolsas: una grande y otra pequeña, muy pequeña, demasiado pequeña.
Ella, a la trastienda del descanso,
al taller de reparación de la dignidad y la conciencia.
Es Josefa del Camerún:
una mirada, una esperanza,
la ilustración de un recorrido que vemos
y no estamos viendo.
¿Será esto la verdad?
¿Será esto el mal sueño?

Flotando entre aceites y gasolina,
boca arriba y desnudo,
el niño negro perdido,
el niño negro mecido
el niño negro sobre la cuna del mar.
¿Cuánto su tiempo pasado?
¿Cuánto su tiempo vivido?
¡Cuánta pesadilla!

No me atrevo a reclamar nada, pues nada hago por cambiar…, tan solo constato lo que periódico llega a mis ojos : historias y más historias que dejarán paso a otras historias, denuncias de lo digno e indigno de ciertas vidas particulares, reproducción insistente de comportamientos redundantes, perífrasis verbales del acontecer diario, demandas a los que ostentamos, … en definitiva, una noticia más del proceso darwinista de selección natural. A su lado, el futbolista millonario y amarillo con los brazos en jarras vuelca al suelo la tristeza por la pérdida de una imposible victoria. ¿Y el resto?

JB.  Julio 2018

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