Me gusta la filosofía tanto como antes no me gustaba (cuando iba al instituto). La racionalidad, la lógica o la incoherencia del pensamiento filosófico me recordaban a las matemáticas, con las que estaba negado: una sucesión de conceptos abstractos que como un bosque frondoso debía recorrer para llegar a revelaciones de sabiduría, a éxtasis de verdades como puños, a irrefutabilidades varias para… (¡qué pesadilla de caminos!, ¡qué intrincadas zarzas cerebrales!, ¡cuántas neuronas remolonas había que poner a trabajar! ¡con lo bien que se vive en la inopia y el juego!) Ahora tiendo a exprimir neuronas que, aún siendo gandules y a veces auténticos enemigos del equilibrio mental, me seducen por los sorprendentes caminos que me ayudan a disfrutar y recorrer: por sus infinitas posibilidades.
Tengo que estudiar filosofía con Silvio y me gusta; trato de ayudarle a entender, a comprender. Las teorías filosóficas a memorizar me atraen y abofetean por igual, me llevan a pensar y pensar, a hablar y hablar para convertirlas en algo razonable para su cabeza (y para la mía). En este caso, me llama la atención la Teoría de la Inducción (sobre todo sus debilidades) o como lo particular revela lo general o como mil cisnes blancos hacen pensar que todos serán blancos (hasta descubrir al negro) o como el sol si aparece todas las mañanas por el este al día siguiente hará lo mismo (hasta descubrir que el sol es una estrella con fecha de caducidad y sobre todo, un sujeto vivo y evolutivo: «Todo tiene su fin» cantaban con acierto Los Módulos).
La Teoría de la Inducción funciona como una vía para llegar a una supuesta verdad, la que puede proporcionar la experiencia y la costumbre, el paso de lo años y la contemplación. Es válida para demostrar hechos pasados pero no para sostener realidades futuras, de ahí su flaqueza. Enfrente siempre tendremos el pensamiento escéptico según el cual, cualquier ley o hecho irrefutable, cualquier certeza admitida por todos, lógica y verdadera al cien por cien, es susceptible de ser discutida y negada. Este razonamiento, como todo, como el propio escepticismo, quizás no sea una Verdad Absoluta pero si un procedimiento que tenemos para actuar y pensar, para rebatir, entre otras, la Ley del pensamiento inductivo. Por ejemplo, y siguiendo con lo escéptico: ¿Uno más uno es igual a dos? Sí, claro, por supuesto, siempre ha sido así, y lo seguirá siendo. Ciertos conceptos abstractos y ciertas ideas que plantea la conciencia o la mirada o la experiencia no son seres vivos que envejezcan y se desarrollen, son así porque es la lógica de la percepción y es la base que permite el desarrollo. Sin embargo, son porque han nacido, son porque se han deducido y son porque viven entre nosotros desde el principio de los tiempos. Antes no eran porque antes no existían o porque la vida y el ser humano no existían o ni siquiera se había planteado física ni intelectualmente. Por tanto, antes no podíamos concebir pensamientos abstractos como ahora seguimos sin poder asumir, por ejemplo, la idea de Infinito o Nada.
Explico a Silvio mi paradigma para hacerle ver la poca fiabilidad de la Teoría de la Inducción: El Infinito es una idea de futuro, algo que está por venir, un continuo de más y más, un sin parar total (la mirada más allá sin fin). Pero, ¿qué pasaría si experimentamos el Infinito como una idea de pasado, como un más de más de más hacia atrás? Es igual de inasumible que el futuro; hacia atrás no hay más, hay menos, no podemos restar cuando estamos sumando. ¿Y si el Infinito pasado fuera un menos de menos? No, tampoco es posible, si hay menos de menos es para llegar a ¿qué?, ¿a la Nada? El Infinito no llega y además, somos incapaces de entender la Nada (al menos yo), no podemos concebir que venimos de una especie de Vacío, de una gran explosión que fue, de un enorme big bang que como un interruptor de luz dio comienzo a la gran fiesta en la que vivimos. Y antes de eso, ¿qué hubo? Al igual que el Infinito es un concepto que no nos cabe por su inmenso grosor, la Nada no nos cabe por su su inconcebible vacío. ¿Qué podemos deducir o en este caso inducir? Nada objetivo, nada racional. Nada es deducible, ni nada es inducible (del todo).
Me pierdo con estos pensamientos que me llegan y que deseo trasladar a Silvio para explicar la complicada Teoría; trato de entender y no comprendo, trato de ser sencillo y no hago más que ver miles de ramificaciones a cual más disparatada y divertida. ¿No es todo esto un juego de palabras? No paro de viajar por la pura reflexión metafísica de juegos filosóficos inútiles o distorsionados planteando preguntas sin respuestas. Sin embargo, acabo deduciendo un concepto claro: uno más uno es igual a dos, pero solo hasta que lo sea. Porque un día no será; cuando apaguemos nuestra conciencia, cuando finalice nuestra gran fiesta, ahí (está claro), ahí: nada es nada; ahí: uno más uno no es dos, ni siquiera uno y dos son algo. Nosotros no seremos como tampoco fuimos. ¿Dónde fuimos? ¿Dónde seremos? Si no logramos concebir la Nada, ¿cómo sabemos (o intuimos) que la conciencia se disuelve en la Nada? ¿No podríamos ser Infinitos? (Esto es una buena pregunta para volar tan lejos como el Infinito). La Nada y el Infinito son nuestros topes y a su vez no son.
Creo que no aclaro gran cosa a Silvio.
JB 17